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Las personas somos bondadosas y generosas por naturaleza, según un estudio reciente.

A principios de Mayo, leí una noticia, que me recordó lo que os digo en mis conferencias:  el ser humano es extraordinario y lleva dentro la capacidad de hacer el bien, de forma innata.

De acuerdo con ese estudio llevado a cabo en diferentes países y culturas, las personas somos capaces de colaborar cotidianamente en cosas pequeñas y esto ocurre con una frecuencia de 2 minutos. Los científicos que realizaron el estudio, también determinaron que los actos de bondad son universales.

En concreto, este estudio realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles realizó una observación de las interacciones cotidianas para ver con qué frecuencia las personas se ayudaban entre sí, Intentando analizar los actos de bondad. El objeto de estudio, en palabras del sociólogo Giovanni Rossi, era dar respuestas a estas preguntas: “¿Nuestras decisiones sobre compartir y ayudar están moldeadas por la cultura con la que crecimos? ¿O los humanos son generosos por naturaleza?”.

En la investigación se registraron pequeñas acciones de ayuda. Por ejemplo, se les preguntaba si alguien podía pasarles el agua en la mesa, si podían ayudar a subir un objeto pesado a un camión… Se realizaron más de 1000 peticiones de ayuda de este tipo. Los resultados fueron los siguientes: las personas aceptaban ayudar siete veces más que las personas que las rechazaban, y seis veces más que las que las ignoraban.

Los investigadores del estudio concluyeron que: “Si bien la variación cultural entra en juego para ocasiones especiales, cuando nos planteamos una ayuda, a nivel micro, la diferencia cultural desaparece, y la tendencia de nuestra especie a prestar ayuda, cuando se necesita, se vuelve universalmente manifiesta”, afirmó Rossi.

¿No os parece maravilloso que el ser humano sea bondadoso y generoso por naturaleza? Que su capacidad de ayudar cotidianamente, en las pequeñas cosas de la vida, al prójimo sea tan innata que no dependa de dónde hayas crecido o la educación que hayas recibido. Yo, como siempre os digo, soy un enamorado de las personas, y este tipo de noticias no hacen más que reafirmarme en la idea de que el ser humano es extraordinario.

Este estudio reciente me ha hecho recordar una historia que ya os he contado alguna vez en este mismo Blog:

“Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler.

Pero no. Mead dijo que para ella el primer signo de civilización que consideró en una cultura antigua era un fémur, que había encontrado, que se había roto y luego sanado.

Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber o buscar comida para sobrevivir. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane.

Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se había tomado el tiempo para quedarse con la persona que se lo rompió, había vendado la herida, le había llevado a un lugar seguro y le había ayudado a recuperarse.

Mead dijo que ayudar a alguien en las dificultades es el punto donde comienza la civilización”.

Esta reflexión, que me parece preciosa, nos puede ayudar a comprender nuestra esencia, lo que nos ayuda a diferenciarnos y lo que nos hace más humanos: ayudar a los demás a sobrevivir o a vivir más plácidamente, más cómodos, en definitiva, a llevar una vida más agradable y armónica.

¿Sabéis cuánto vale una palabra amable en un momento determinado? ¿Cuánto valen unos minutos de nuestro tiempo en una vida abocada a la soledad? ¿Cuánto supone un abrazo, una caricia o, simplemente, un momento de escucha…?

Sé fiel a tu naturaleza y practica la generosidad y la bondad siempre que puedas. Cualquier ocasión es buena para ayudar a los demás. Si te fijas, casi todos los días surgen oportunidades de ayudar a alguien. Y las ventajas son incontables:

– Creamos entre todos un mundo más amable (la generosidad se contagia).

– Ayudamos a los que más lo necesitan de forma desinteresada (mejorando sus vidas).

– Nos sentimos más felices y satisfechos con nuestra vida (generamos mayores niveles de oxitocina).

En definitiva, nuestro día a día y el día a día de los que nos rodean es un poco mejor…

Sé generoso y, como en el estudio, practica la bondad que llevas en tu interior. ¿A qué estás esperando? ¿TE ATREVES?