Servir. ¿Qué puedo hacer hoy por ti?

Servir. Tener una actitud de servicio. ¿Te preguntas a menudo qué puedes hacer por los demás? ¿Cómo te sientes cuando lo haces? ¿Eres capaz de dar sin recibir nada a cambio? ¿Percibes la actitud de servicio en los que te rodean?
Esta semana comenzamos con muchas preguntas. ¿Intentamos darles respuesta?
He recuperado una historia que leí hace ya algún tiempo y que es un símbolo muy claro de lo que significa tener actitud de servicio, ser una persona capaz de servir a los demás.
“En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba un anciano de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino, un acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio al anciano respirando de manera fatigosa mientras parecía cavar en la arena.
– ¿Que tal anciano?, le dijo, la paz sea contigo.
– Y también contigo, le contestó sin dejar su tarea.
– ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
– Siembro- contesto el viejo.
– ¿Que siembras aquí?, le preguntó sorprendido.
-Dátiles -respondió el anciano mientras señalaba a su alrededor el palmar.
– ¿Dátiles?, repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor, le dijo
– No. Debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…, argumentó el anciano
– Dime, amigo: ¿Cuantos años tienes?, le insistió el mercader
– Sesenta, setenta, ochenta, no sé… lo he olvidado… pero ¿eso que importa?
– Mira amigo, las palmeras datileras tardan más de 50 años en crecer y después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea, sentenció el anciano.
-Me has dado una gran lección, admitió el mercader, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y, sin embargo, mira, todavía no he acabado de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…, dijo riendo el mercader.”
¡Hay que ser muy sabio para actuar así! ¿verdad? ¡Todo un ejemplo de actitud de servicio! Si ahora yo fuese un hiring manager haría todo lo posible para contratar al sabio ‘viejo’, te aportaría un valor, a veces muy escaso, en algunas organizaciones.
Ahora me gustaría que reflexionáramos acerca de las veces que has sido capaz de actuar así, de servir a otra persona de forma desinteresada, sin intentar buscar o ganar algo. ¡Pero de verdad! Seguro que encuentras más de una. Cuando acompañaste a tu amigo en esa situación difícil por la que pasaba, ese momento en el que te ofreciste para cuidar de alguien, o el instante que diste el paso adelante para colaborar en alguna causa solidaria.
¿Ves como todos actuamos en alguna ocasión con actitud de servicio?
Si has encontrado esa situación en la que tú fuiste como el anciano del cuento, ¿recuerdas como te sentiste después de hacerlo? ¡La satisfacción de sentir que has sido útil para otra persona es impresionante! ¿Verdad? Pocas gratificaciones se pueden comparar con el orgullo, la paz y la alegría que sentimos cuando ayudamos a alguien, cuando al servir hacemos mejor la vida de otra persona …
La actitud de servicio se puede ejercitar en el plano personal, pero también en el profesional. Porque en una empresa es importante contar con personas que van más allá del simple deber, que son capaces de servir, de identificar esos momentos, esas situaciones en las que hay que actuar sin pensar en la recompensa. Porque, en la mayoría de las ocasiones, la habrá. Y, en caso de que no haya una recompensa directa -esa bolsa llena de monedas del cuento- seguro que sí que la hay de otra manera: en la satisfacción, el orgullo, la felicidad de haberlo dado todo, de haber hecho lo posible y de haber contribuido con esa actitud de servicio a hacer un poco más ligera esa carga.
Ya os he dicho en muchísimas ocasiones -y no me cansaré de repetirlo- que las personas que realizan tareas de voluntariado afirman que la satisfacción que experimentan es mucho mayor que el esfuerzo que han de hacer por ese servicio. Sin duda, los voluntarios son ejemplo de personas con actitud de servicio.
Pero también os repito que para ser capaz de tener esa actitud de servicio hay que prestar mucha atención a todo lo que nos rodea. No podemos pasar por la vida con los ojos cerrados. Hemos de ser capaces de observar, escuchar, atender y empatizar con los demás. Porque solo así nos convertiremos en esas personas que ayudando y estando pendientes de los demás son felices y que, casi sin darse cuenta, también hacen felices a los demás.
Y tú, ¿te animas a ser una persona feliz? ¿Quieres practicar la actitud de servicio para hacer felices a los demás?