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Felicidad. Reparte y multiplica

Felicidad

Felicidad. Como el amor, la felicidad se multiplica cuando se reparte. Por eso, en el post de esta semana quiero que me acompañéis en esta reflexión acerca de la felicidad. Más aún en estas fechas, en las que parece que pasa a un primer plano de nuestras vidas.

¿Te animas a repartir felicidad?

En este post, he querido recuperar un cuento que leí hace algún tiempo y que me parece adecuado para esta reflexión.

“Durante la época de Buda, muchas personas iban a su templo para dejarle ofrendas. Por entonces, vivía cerca del templo una anciana mendiga que no tenía nada para llevar. Pero lo cierto es que deseaba tanto poder hacer una ofrenda que decidió pedir limosna un día y sacrificar su comida a cambio de unas pocas monedas. Con ellas compró una pequeña lámpara de aceite. El dinero no le daba para nada más.

Ilusionada, llegó al templo y encendió su lamparita. La colocó junto al resto, todas más grandes que la suya, y dijo en voz alta:

– Perdona, Buda, por no poder traerte nada más. Es todo lo que tengo, pero deseo que esta pequeña luz pueda ser bendecida con el don de la sabiduría para poder hacer felices a otros e iluminar su camino.

Durante esa noche, todas las lámparas se fueron apagando. Todas, menos una, la lámpara que había ofrecido la anciana.

Uno de los discípulos de Buda, al ver a la mañana siguiente que estaba encendida, quiso apagarla. Pensó que no había razón para que estuviera encendida durante el día. Pero por más que intentó a pagarla, no lo consiguió. Ni soplando, ni apretando la mecha… La llama volvía a surgir de nuevo. Entonces se acercó Buda y le dijo:

– ¿Qué haces?

– Intento apagar esta lámpara, pero no lo consigo…, dijo el discípulo.

– Y no lo lograrás nunca. Ni aunque derrames sobre ella toda el agua del océano, ni aunque traigas hasta aquí el agua de todos los mares y lagos del mundo. No podrás apagarla jamás.

– Pero… ¿por qué Maestro?, preguntó extrañado el discípulo.

– Porque esta lámpara fue encendida con el poder del amor, con devoción y con ilusión, con la intención de hacer felices a otros. Y esos poderes no existe fuerza que pueda apagarlos”.

¿No es una maravilla?

Pensar que cuanto más felices hacemos a los demás, más felices nos sentimos nosotros. Os invito a recordar vuestros momentos más felices. Pensad por unos minutos. ¿Qué os viene a la cabeza? ¡Seguro que la mayoría están vinculados a situaciones en las que habéis arrancado la sonrisa sincera de alguien querido!

En esta época difícil. En esta Navidad diferente. ¿Por qué no nos proponemos volver a los valores auténticos? ¿Por qué no repartir felicidad entre los que nos rodean? ¡Hay muchas maneras de hacerlo! A pesar de la distancia personal a la que nos vemos obligados.

¿Os imagináis cómo se siente ese anciano que -aislado en una residencia- recibe la llamada de su familia? Esa llamada en la que el ser querido le escucha, le comprende, le manda todo el cariño posible con el sonido de esa voz tan querida….

¿Os hacéis una idea de la felicidad de esa persona que ha preparado la cena especial con todo su cariño cuando ve la sonrisa de los suyos al probar los platos, cuando escucha las palabras de elogio a su creación y el agradecimiento por su trabajo, cuando contempla los platos vacíos al terminar la comida?

¿Y si nos proponemos crear todos esos momentos mágicos esta Navidad? ¿Si regresamos al espíritu original de estas fiestas? Unos días íntimos, en familia, recuperando la tradición de la conversación tras la cena, de los juegos, de ver fotografías antiguas o de disfrutar todos juntos de una película… Momentos de amor, de risas cómplices y de felicidad ¡sí! Porque la felicidad se construye y se disfruta cada día.

¿Seremos capaces de hacerlo?

Os aseguro que si proporcionamos felicidad a los que nos rodean, si dejamos de lamentarnos por las circunstancias y nos esforzamos por cambiar lo que sí es posible cambiar, si, en definitiva, intentamos dar lo mejor de nosotros mismos con lo que tenemos (como la anciana del cuento) ¡recibiremos mucha más felicidad que la que hemos proporcionado! Numerosos testimonios de voluntarios lo atestiguan, las endorfinas se multiplican cuando conseguimos ayudar y hacer felices a los que nos rodean. ¡Haced la prueba!

Esta Navidad, este nuevo año que está punto de comenzar, os lanzo un reto:

¿Sois capaces de crear un calor de hogar que sea imposible de apagar como lo era el fuego de la lámpara de aceite de la anciana?

¡Seguro que sí! Y yo, os invito a hacerlo.

En el vídeo de esta Navidad os hablo de ¡atreverse! Porque de eso se trata: de atreverse a ser feliz en una situación diferente a la habitual…, de repartir amor de otra manera (desde la distancia), de sonreír y abrazarse con la mirada, de escuchar (aunque sea a través de un teléfono o separados por una pantalla de ordenador), de acompañar con las palabras a esas personas que están solas, de disfrutar de los placeres más pequeños, en definitiva, de ser esa persona que siempre has soñado ser.

¿Te atreves con este nuevo reto? ¿Te atreves a repartir felicidad también esta Navidad?

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