¿Escuchas a los demás o solo oyes?

¿Escuchas o te limitas a oír? Un proverbio oriental dice: “Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido”.
Esta semana quiero que reflexionemos acerca de la importancia de escuchar, de prestar atención a los que nos rodean. Porque sólo cuando escuchas a los demás, puedes comprenderlos y saber cómo se sienten, qué necesitan y, sobre todo, cómo puedes contribuir a hacer un poco mejor su vida. Se trata de saber escuchar para conocer, para conectar, para comunicar con los demás.
Y, en esta ocasión, he escogido una fábula un poco más larga de lo habitual. Pero creo que es una de las que más me ha enseñado y me ha hecho comprender lo importante que es escuchar para poder conocer mejor a los demás y disfrutar de una verdadera conexión y comunicación. Es una fábula que cuenta la historia de una ostra y un pez…. ¿Escuchas?
“Había una ostra que habitaba en las aguas tranquilas de un fondo marino, y era tal la belleza, colorido y armonía del movimiento de sus valvas que llamaba la atención de cuantos animales por allí pasaban. Un día acertó a pasar por el lugar un pez que quedó prendado al instante. Se sintió sumamente atraído por la ostra y deseó conocerla al instante. Sintió un fuerte impulso de entrar en los más recónditos lugares de aquel animal misterioso. Y así, partió veloz y bruscamente hacia el corazón de la ostra, pero ésta cerró, también bruscamente, sus valvas. El pez, por más y más intentos que hacía para abrirlas con sus aletas y con su boca, aquellas más y más fuertemente se cerraban.
El pez, triste, se preguntaba ¿por qué la ostra le temía?, ¿cómo podría decirle que lo que deseaba era conocerla y no causarle daño alguno?, ¿cómo decirle que lo único que deseaba era contemplar aquella belleza?
El pez se quedó pensativo, y estuvo durante mucho rato preguntándose qué podría hacer. ¡Pediré ayuda!, se dijo. Sabía que existían por aquellas profundidades otros peces muy conocidos por su habilidad para abrir ostras, y fue a buscarlos.
-Hola, dijo el pez, ¡Necesito vuestra ayuda! Siento grandes deseos de conocer una ostra gigante pero no puedo hacerlo porque cuando me acerco cierra sus valvas. Sé que vosotros sois muy hábiles en abrir ostras… ¿podríais ayudarme?
El pez continuó explicándoles las dificultades que tenía y los intentos por resolverlas. Llegó a decirles la sensación de impotencia que le entraba y los deseos de abandonar tras tantos intentos.
Los peces le escucharon con suma atención, le hicieron notar que entendían su desánimo pues ellos se habían encontrado en circunstancias similares. Le felicitaron por el interés que mostraba en aprender y por la inteligencia que demostraba tener al pedir ayuda y querer aprender de otros.
El pez se sintió mucho más tranquilo y esperanzado, les contó los temores que tenía al pedirles ayuda y fue abriéndose cada vez más a toda la información que aquellos avezados peces le contaban. Escuchó con atención cómo ellos también habían aprendido de otros peces y cómo incluso hacían cursos de entrenamiento en abrir ostras. Escuchó cómo a pesar de sus habilidades había algunas ostras que les resultaban difíciles de abrir, pero ello más que ser un motivo de desánimo, esa dificultad les estimulaba a seguir investigando y reunirse para intercambiar conocimiento y realizar sus prácticas de abrir ostras.
Los peces continuaron en animada conversación.
-Mira, algo muy importante que has de lograr es suscitar en la ostra el deseo y las ganas de comunicarse contigo
-¿Y cómo podré lograrlo?, dijo el pez.
-De la misma manera que has logrado comunicarte con nosotros y abrir nuestras “valvas” de pez.
-¿Cómo?
-Tú deseabas que nosotros te escucháramos y te prestáramos ayuda. Nos has dicho que dudabas de si podrías lograrlo, ¿no es verdad?
-Sí, así es.
-Podías haberte quedado con la duda, pero en lugar de eso, diseñaste un plan de acción. Buscaste información acerca de nosotros, te informaste de cuál era el mejor momento de abordarnos y qué decirnos. Tú sabías que nosotros éramos muy sensibles a la expresión honesta y sincera de “necesito vuestra ayuda”. También sabías que nos agrada, como a todo hijo de pez, el reconocimiento de nuestra competencia y veteranía en abrir ostras. Te confesamos que todo ello nos agradó mucho. También nos gustó tu mirada franca y serena y tus firmes y honestas palabras.
-Sí, en efecto eso es la que hice. Ahora que lo decís mis “valvas de pez” se sintieron también abiertas al notar que me escuchabais con atención. Me agradó mucho el que os hicierais cargo de mi impotencia y me agradó también el que me felicitarais por pediros ayuda…
-Claro, todo esto suele ser recíproco, contestaron los peces.
-Muy bien, pero ¿cómo podré hacerlo con la ostra? No conozco su lenguaje, sus costumbres, sus miedos, no conozco tampoco qué es lo que le agrada…
-Bien, también has diseñado un plan de acción para “abrir la ostra”. El primer paso ha sido el de visitarnos para que te informemos de sus costumbres, de sus miedos, de todo aquello que le agrada… Te podemos decir todo aquello que suele suscitar temor en las ostras:
Les asusta el movimiento brusco de las aguas, les asusta el que algún animal se acerque de modo imprevisto. Les agrada en cambio los movimientos suaves, los besos y las caricias y el que no le entre en sus interioridades sin antes conocerse durante algún tiempo. También les agrada mucho el que se les hable en su lenguaje. Habrás observado que lanzan a través de sus valvas pequeñas pompas de aire. Si las observas con suma atención podrás aprender los códigos que utilizan.
De este modo, los peces continuaron asesorándole. Le invitaron a pasar largos ratos observando el comportamiento de invitaron también a asistir a alguno de los cursillos que organizaban y le regalaron un manual.
Tras varias semanas de observación, aprendizaje y entrenamiento, el pez pudo por fin disfrutar con aquella bellísima ostra”.
Al leer esta fábula es fácil comprender cómo cuando conocemos mejor a los demás somos capaces de conectar mejor con ellos. Y qué mejor manera de conocer a los que nos rodean que escuchándoles, observándoles, ¡pero de verdad!
Os voy a hacer una pregunta: ¿Cuántas veces habéis estado en una conversación y si vuestro interlocutor os hubiera pedido que repitierais los que os había dicho habríais sido incapaces?
¡Seguro que en más de una ocasión!
¿Por qué es tan difícil para casi todos nosotros prestar atención a lo que alguien nos está contando? ¿Aunque se trate de una persona querida?
Veréis, generalmente, cuando no escuchamos, cuando nos limitamos a oír lo que los demás nos cuentan es porque estamos más pendientes en lo que nosotros queremos contar, porque estamos pensando en lo que vamos a contestar… Y, sinceramente, ¿creéis que lo que contestemos sin haber prestado atención valdrá de alguna ayuda a nuestro interlocutor? ¿Creéis que conseguiremos conectar con esa otra persona si, ni siquiera, sabemos de verdad qué es lo que necesita de nosotros? A mí me parece que no, ¿verdad?
Para aprender a escuchar al otro de manera consciente, ¡hay que estar verdaderamente interesado en lo que nos quiere contar! Con esta motivación hacia la otra persona hemos de intentar centrar nuestra atención. ¿Y cómo hacerlo?
-Miremos a los ojos a nuestro interlocutor.
-Evitemos estar con una segunda actividad mientras escuchamos. Es muy difícil estar escuchando a alguien, ¡de verdad!, mientras estamos escribiendo ideas de algo que nos ronda la cabeza o arreglando nuestra mesa de despacho o… Tu tarea de este momento es: escuchar eso que la otra persona trata de decirte.
-No pensemos en cuál va a ser nuestra contestación cuando la otra persona todavía está hablando. ¿De qué vale anticipar nuestro juicio de valor si no nos hemos dado el tiempo de procesar lo que la otra persona nos está contando?
-Preguntemos, ¡sí! Si algo no nos ha quedado claro, ¿por qué no solicitar una aclaración? De esta forma lograremos dos cosas: que nuestro interlocutor sepa que le estamos prestando atención, se relaje y nos explique mejor las cosas y, por otra parte, conseguiremos disipar esas dudas que nos pueden hacer equivocarnos a la hora de dar una respuesta.
-No hablemos por hablar. En ocasiones, el silencio también es un modo de comunicación y una parte fundamental de la escucha. ¿No os parece?
Esta semana, os propongo un reto, os animo a que ejercitéis la escucha activa, que escuchéis a los demás para conectar con ellos, para entenderlos… ¿Os atrevéis a intentarlo?