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Dejar de juzgar para comprender. ¿Te atreves a aprender de los niños?

Comprender

Comprender sin juzgar. Simplemente escuchar. ¿Te atreves a aprender de los niños? En las puertas de la Navidad os quiero invitar en este post a desprenderos de todos los prejuicios, las opiniones y los ‘clichés’ adquiridos durante toda nuestra vida. Os invito, en definitiva, a volver a ser un poco niños. ¡Hay que ser muy valiente para hacerlo! Pero seguro que os atrevéis, ¿verdad?

Y, como es habitual en todos mis posts, quiero que comencemos a reflexionar sobre cómo dejar de juzgar para comprender de verdad a los otros con un cuento. En esta ocasión reproduzco un relato zen, ‘La taza de té’.

“Es conocida la historia de Nan-in, un Maestro japonés que vivió en la era Meiji, y lo que le sucedió con un profesor universitario que fue a visitarlo intrigado por la afluencia de jóvenes que acudían al jardín del Maestro.

Nan-in era admirado por su sabiduría, por su prudencia y por la sencillez de su vida, a pesar de haber sido en su juventud un personaje que había brillado en la Corte. Aceptaba en silencio que algunos se sentaran con él al caer de la tarde, pero no debían importunarlo después de la meditación. En esos momentos parecía algo serio y hasta hosco, pero no era más que la necesaria readaptación mientras trabajaba en su jardín, pelaba patatas o remendaba la ropa.

El prestigioso profesor se hizo anunciar con antelación haciendo saber que no disponía de mucho tiempo, pues tenía que regresar a sus tareas en la Universidad.

Cuando llegó, saludó al Maestro y, sin más preámbulos, le preguntó por el Zen. Nan-in le ofreció el té y se lo sirvió con toda la calma del mundo. Y aunque la taza del visitante ya estaba llena, el Maestro siguió vertiéndolo. El profesor vio que el té se derramaba y ya no pudo contenerse.

  • ¿Pero no se da cuenta de que está completamente llena? ¡Ya no cabe ni una gota más!, le increpó.
  • Al igual que esta taza, –respondió Nan-in sin perder la compostura ni abandonar su amable sonrisa—, usted está lleno de sus opiniones. ¿Cómo podría mostrarle lo que es el camino del Zen si primero no vacía su taza?

Airado, el profesor se levantó y con una mera inclinación de cabeza se despidió sin decir palabra.

Mientras el Maestro recogía la taza y limpiaba el suelo, un joven se acercó para ayudarle.

  • Maestro, ¡cuánta suficiencia! Qué difícil debe de ser para los letrados comprender la sencillez del Zen.
  • No menos que para muchos jóvenes que llegan cargados de ambición y no se han esforzado por cultivar las disciplinas del estudio. Al menos, los estudiosos ya han hecho una parte del camino y tienen algo de lo que desprenderse.
  • ¿Entonces, Maestro, cual es la actitud correcta?
  • Nunca juzgar, y permanecer atento”.

Y vosotros, ¿os atrevéis a vaciaros del todo para poder comprender a los demás? ¿Os animáis a dejar atrás ideas preconcebidas, juicios previos y a poneros frente al otro sin más pretensión que la de esa persona dispuesta a aprender, a escuchar, a comprender?

Os he anunciado, al comenzar el post, que me gusta mucho fijarme en los más pequeños de la casa. Y, muy especialmente, fijarme en ellos en esta época. La Navidad es un buen momento para aprender de ellos, para recuperar esa capacidad de asombro, de sorpresa, ante las cosas nuevas. Esas cosas que mucho pequeños viven por vez primera.

¿Y nosotros? ¿Qué podemos extraer de esos pequeños ojos que miran todo sorprendidos, de esas pequeñas cabezas que absorben como esponjas todo lo que ven, lo que escuchan… ¡y no juzgan! Porque en su mente no hay nada preconcebido.  Todo es nuevo.

Qué difícil ¿verdad? Ponerse frente al otro y evitar pensar en hechos pasados, en cosas que no nos han gustado, en noticias que hemos escuchado o en vivencias que hemos tenido… pero ¿de verdad queremos comprender? ¿Realmente queremos ser esa persona que nunca se cansa de aprender cosas nuevas, capaz de cambiar ideas preconcebidas cuando hay un argumento sólido que nos dice lo contrario de lo que siempre hemos creído?

Me gustaría daros algunas claves para aprender a comprender a los demás sin juzgar:

  1. El primer punto. Cuando esa otra persona hable, cuando te pida consejo o, simplemente, te cuente algo, ¡escucha! Pero hazlo con los cinco sentidos: porque escuchar de verdad, escuchar para comprender al otro no es solo oír, hay que mirarlo, sentirlo, mantener una postura de escucha, dedicarle tiempo de verdad y respetar sus tiempos. Muchas veces, esa persona lo único que necesita para sentirse comprendido es eso: ¡qué alguien le escuche de verdad! Sin opiniones ni juicios previos.
  2. El segundo punto. Perdona. Si esa persona que te está pidiendo comprensión ha tenido algún problema contigo en el pasado, escúchala desde el perdón. Y aquí vuelvo de nuevo a los niños. ¿Cuánto les dura un enfado en el parque? ¿Cuánto tardan en abrazarte y besarte después de una discusión? Si no somos capaces de escuchar sin tener en cuenta errores del pasado, no podremos comprender lo que nos quieren explicar… ¿Y si lo intentamos al menos una vez?
  3. ¡Sí! Cuando escuchamos de verdad, cuando queremos comprender a la otra persona estamos en actitud de aprender. Porque seguro que de todo lo que nos quiere contar siempre hay algo que nos va a aportar, que nos va puede ayudar en nuestra vida. Si somos capaces de extraer esa enseñanza, de llenar nuestra taza de té con esas nuevas enseñanzas, ¡seremos ricos! Pero de verdad…porque habremos sido capaces de aprender del otro.

Son sólo tres claves. ¿Os atrevéis a ponerlas en práctica estas navidades? Escuchar, perdonar, aprender… ¿Cuándo empezamos?

 

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