La vida te espera. ¿Te atreves a dar el salto?

Vida. Estamos en plena Navidad y muy cerca del Fin de Año, y no se me ocurre mejor momento para reflexionar acerca de la vida. De nuestra experiencia al terminar el año y de perder el miedo a la vida, de atrevernos a hacer eso que tanto deseamos.
¿Cuál es tu mayor deseo? ¿Qué no te has atrevido a hacer durante este último año? ¿Cuál es tu reto de vida para este año?
Y para acompañarnos en esta reflexión sobre la vida, nuestra vida, he recuperado una historia que leí hace algún tiempo que se titula ‘La isla de las dos caras’. Os invito a leerla:
“Cuentan de una tribu que vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que, en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces.
Los mokokos, que así se llamaba a los habitantes de la tribu, tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.
La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.
Pero, un día, creció un árbol delgaducho junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla. El árbol era lo suficientemente fuerte para poder construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero. Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto… y se rindieron dominados por sus malos augurios. Pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se quedaron las pértigas.
Una mañana Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto. –
- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? – se preguntaba el joven Naru.
- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.
- Pero si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.
- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque parezca que nos aún nos queda lejos.
- Tienes razón, Ariki. Y si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto… Lo haremos mañana mismo.
Al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y alborotados, pensaron que no había sido para tanto. Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas: –
- ¡Ha sido suerte!”
Seguro que este año todos hemos vencido muchos miedos, ¿verdad? Ha sido un año complicado, muy duro en ocasiones y que nos ha obligado a todos a reinventarnos en muchos aspectos de nuestra vida. Pero me gustaría que hiciéramos un ejercicio de sinceridad en esta reflexión y nos planteáramos cuál es ese miedo que nos está impidiendo llegar a esa meta soñada, a ese objetivo ansiado.
¿Ya lo tenéis en la cabeza?
Os propongo que lo escribáis en un papel. Es importante porque nos va a ayudar a hacer un poco más real eso que imaginamos.
Ahora, pensemos:
¿Qué nos impide avanzar hacia esa meta? ¿Qué es lo que nos da tanto miedo como para no avanzar y alcanzar esa vida que tanto deseamos?
Puede que tengamos miedo al fracaso o a tener que trabajar demasiado duro. Puede que pensemos que no estamos preparados, que todavía tenemos que esperar. Puede que hagamos demasiado caso a esa voz interior que nos dice que no podemos conseguirlo, o a las voces de otras personas que, en lugar de animarnos, nos llenan de dudas sobre nuestra valía… ¿Os identificáis con alguno de estos miedos?
¡En algún momento de nuestra vida, todos hemos sentido alguno de ellos! ¿Verdad?
Pues bien, ahora que estamos a punto de despedir el año, me gustaría que renováramos esos sueños, esas metas y que decidiéramos de manera firme que ¡ha llegado el momento de comenzar el camino hacia ellas!
Ya la tenemos por escrito, ¿verdad? El siguiente paso es que nos respondamos a esta pregunta:
- ¿Qué voy a hacer HOY por acercarme a ese objetivo?
Y que respondamos a esta pregunta cada día, cada mañana. Para que, al terminar el día, recuperemos ese papel en el que hemos escrito nuestra meta y apuntemos ese paso que hemos dado y que nos ha acercado a ella. ¿Qué os parece?
¡Y sí! Habrá días en los que no podremos escribir nada. O eso creamos. Porque esos días habremos aprendido, quizás, lo que no debemos hacer o lo que nos ha impedido avanzar. ¡Así que también habremos dado un paso! El paso que nos impide volver a transitar por el camino equivocado.
Pero ¡dad el salto! No os quedéis mirando la pértiga sin atreveros a probarla. ¡Hay muchas maneras de seguir avanzando!
La vida os espera. ¿Os animáis con este reto de Fin de Año? ¿Os atrevéis a dar el salto?