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Satisfacción. Dejar hacer, dejar volar

Satisfacción

Satisfacción. ¿Cuándo ha sido la última vez que has sentido satisfacción por las acciones de otros? Ese orgullo del padre, del maestro, del jefe, del compañero que ha sido partícipe del buen hacer de su hijo, alumno, colaborador o compañero de trabajo…

Porque no siempre es fácil dejar hacer, dejar ir, dejar volar a las personas que te rodean, a las que quieres y te has acostumbrado a proteger. Pero, en ocasiones, nos perdemos esa satisfacción porque no somos capaces de alejarnos lo suficiente para ver cómo han aprendido y se han hecho responsables poco a poco.

Hoy quiero contaros un cuento ‘La historia de Dechen’, que creo tiene un cortometraje también en el que nos narra lo siguiente:

“Dechen era un aprendiz budista. Vivía feliz en un monasterio situado en lo alto de una montaña tibetana. Se sentía realmente agradecido de poder participar junto a sus compañeros de una vida dedicada a la contemplación y a la meditación. Y aprendía con rapidez bajo la tutela de su maestro, Angmo.

La gran pasión del pequeño Dechen era la jardinería. Le encantaba cuidar de las plantas y flores del monasterio y mimaba cada uno de los árboles que embellecían el jardín.

Sin embargo, un día de tempestad, Dechen se encontraba fuera, en el campo, recogiendo con su pequeño cántaro agua de la lluvia. De pronto descubrió una hermosa flor de pétalos frágiles y blancos y temió que el viento la marchitara.

No se lo pensó dos veces, y arrancó la flor con su raíz para plantarla en una maceta.

– Aquí estarás a salvo- dijo Dechen orgulloso.

Colocó la maceta en su cuarto, junto a la ventana, para que recibiera luz del sol cada mañana.

Su maestro lo observaba todo, y aunque intuía que algo malo iba a ocurrir, decidió dejar que el joven aprendiera de su error por sí mismo.

Al principio, la flor parecía lucir bien hermosa junto a su ventana. Dechen solo tenía ojos para ella. Comenzó a dejar de cuidar el resto del jardín. Se pasaba los días observándola. Más aún cuando de pronto comenzó a notar que su flor se marchitaba. Entonces, el joven sintió una profunda angustia. No sabía qué hacer. Permanecía constantemente al lado de su flor. Tal es así, que dejó de ir a los rezos y de participar de sus tareas diarias.

El maestro Angmo, enfadado y a la vez entristecido, decidió intervenir. Observó que las plantas del jardín estaban muriendo y entró en el cuarto de Dechen:

– ¡No puedes abandonar todas tus tareas por esta flor!

– No lo entiendes, se está muriendo, me necesita… – dijo muy triste Dechen.

– Tal vez no hayas entendido lo que tu flor necesita. Tal vez la estés regando demasiado mientras que dejas sin agua a otras flores.

– No, si no la riego tanto…

– No me refiero a ese tipo de agua… Debes soltar el control. Tu flor se siente encerrada.

Dechen lo comprendió todo… Debía devolver la flor a su lugar natural. No podía poseerla porque era libre. Y muy a su pesar, decidió soltar las cadenas que le ataban a ella.

El joven aprendiz caminó despacio hacia el lugar donde la encontró y descubrió que habían nacido muchas otras flores como ella. Entonces, la sacó con cuidado de la maceta y la plantó de nuevo junto a sus compañeras.

En pocos días, su flor volvió a revivir. Era sin duda la más hermosa. El monje se sentía realmente feliz, y acudía a diario para admirarla”.

Me gustaría que trasladáramos la historia de Dechen a un equipo de trabajo. Y al papel del líder de estos equipos.

En otros artículos os he hablado de las características que ha de tener un buen líder. ¿Os acordáis? Un buen líder tiene empatía, capacidad de trabajo, perseverancia, ilusión y confianza… Pues bien, esa confianza debe servir para dejar hacer al equipo, para supervisar sin ahogar, para acompañar sin presionar y para dejar aire para que surjan las ideas, las iniciativas, el pensamiento creativo… porque para que un líder sienta esa satisfacción de la que hablo al principio del post ¡ha de ser capaz de dejar que los integrantes del equipo de trabajo se equivoquen, rectifiquen y vuelvan a intentarlo! Como un padre o una madre cuando acompaña a su hijo en los primeros pasos. No camina por él, le acompaña y le ayuda a levantarse tras cada caída, le anima a volverlo a intentar y le muestra que está allí, a su lado, para lo que necesite…

Y es cuando lo logra, cuando se siente satisfecho de su hijo. Cuando disfruta de ver como ha sido capaz de dar esos primeros pasos hacia su autonomía personal.

¡Pues bien! Esa misma satisfacción es la que me gustaría que sintierais cuando alguien cercano: un compañero de trabajo, un familiar, un amigo… consigue ese logro en el que tú has participado ¡sí!, pero ha conseguido por él mismo. Porque ha aprendido. Porque se ha equivocado y ha sido capaz de volver a intentarlo y porque tú has sido capaz de dejarle hacer, sin presión, sin sobreprotección, simplemente mostrando que sigues ahí para lo que necesite, como sigues ahí para ese hijo que ya camina solo desde hace años por la vida.

¿Has experimentado en alguna ocasión esa satisfacción? Te aseguro que vale la pena dejar volar, aunque nos cueste, a nuestro equipo, a nuestros hijos, amigos, compañeros… porque la satisfacción de ver cómo alcanzan sus metas por sí mismos es inmensa.

Y tú, ¿te atreves a experimentar esta satisfacción? ¿Te atreves a dejar volar…?   

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