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Orgullo y humildad

orgullo

Orgullo y humildad. Esta semana quiero reflexionar acerca del lugar que ocupan cada uno de estos dos elementos en nuestra vida. ¿Me acompañáis en esta reflexión?

Antes de contestar, habría que distinguir entre dos tipos de orgullo. El orgullo como satisfacción por algo bien hecho (por uno mismo o por alguien querido) y el orgullo como exceso de estima hacia uno mismo y llevado al máximo, el orgullo que nos hace sentirnos superiores a los demás.

Cuando hablo de orgullo y humildad, me gustaría que pensarais en el segundo tipo de orgullo. El que nos lleva a creernos por encima del resto. Y, por tanto, el orgullo contrapuesto a la humildad.

Orgullo frente a humildad. ¿Cuál pesa más en vuestra vida?

Para acompañar esta reflexión os he traído una fábula de La Fontaine denominada ‘Los dos asnos’ y que puede que algunos de vosotros conoceréis.

“Un comerciante tenía dos asnos con los que transportaba mercancías. Uno de los burros era humilde y discreto, y el otro era muy vanidoso.

  • El amo me aprecia a mí más que a ti –solía decir el burro vanidoso- soy el mejor burro de toda la comarca.

Una mañana el amo despertó a los asnos y les colocó las alforjas. Al más humilde le tocó llevar un cargamento de sal, y al vanidoso, una partida de esponjas. El burro vanidoso se dio cuenta de que él salía ganando y dijo:

  • ¿Ves? No me negarás que el amo me cuida más que a ti. Tú casi no puedes moverte del peso que llevas y yo, mira que ligero voy…

Mientras andaban, el burro vanidoso se burlaba de su compañero:

  • ¿No puedes correr más? ¡Pareces un burro viejo!

Al cabo de un rato, llegaron a un río. Sólo unos desgastados tablones unían las dos orillas.

El comerciante se quedó pensativo durante unos segundos, pero al final decidió cruzar por allí.

Cuando los dos animales y el hombre pisaron los tablones, la madera crujió con el peso. El burro humilde avanzó mirando al frente para no perder el equilibrio.

Su compañero hizo lo mismo, pero se despistó un momento y cayó. Tras el golpe, los tablones se movieron y también el comerciante y el otro asno acabaron en el río.

Una vez en el agua, la sal que llevaba el burro humilde comenzó a deshacerse y el animal pudo salir fácilmente: ahora sus alforjas no pesaban nada. Sin embargo, las alforjas del burro vanidoso pesaban cada vez más.

¡Las esponjas se habían llenado de agua!

  • ¡Socorro! ¡Socorro!, gritaba angustiado el burro vanidoso a punto de ahogarse.

Entonces el comerciante nadó hacia él y le soltó las alforjas. Por fin, el burro pudo salir. Después, los tres no tuvieron más remedio que regresar a casa.

Por el camino de vuelta, el burro vanidoso comprendió que su presunción no le había llevado a ningún sitio y que de lo que tanto presumía casi le cuesta la vida. Además, decidió no volver a burlarse de su compañero”.

¡De qué poco le había valido al asno de la fábula ser tan orgulloso! ¿Verdad?

En otras ocasiones hemos reflexionado acerca de la humildad y os he asegurado que la humildad puede aprenderse. Podemos aprenderla como hizo el burro del cuento, a costa de que la vida nos golpee, o podemos aprenderla observando a las grandes personas que nos rodean y su manera de comportarse. A esas personas que, a pesar de su grandeza, no dudan en pedir ayuda si la necesitan, que siempre están dispuestas a aprender… porque cuando actuamos con orgullo, cuando nos creemos superiores a los demás nos limitamos a nosotros mismos el placer de aprender cosas nuevas. ¿Os dais cuenta?

¿Cuántas veces en una conversación estamos esperando a que acabe de hablar la otra persona solo para expresar nuestra versión? ¿Os dais cuenta de que, en esas ocasiones, nos escuchamos más a nosotros mismos que a nuestro interlocutor? ¡Pues bien! En este momento estamos perdiendo una oportunidad: la de aprender, la de conocer un poco mejor a esa persona con la que estamos hablando, la de ser una verdadera ayuda para esa persona si es lo que busca con la conversación, …

Ese orgullo que puede desembocar en soberbia nos daña a nosotros los primeros, pero también hace daño a las personas que nos rodean. Por eso, os invito a que en vuestra vida pese más la humildad. Esa humildad que nos hace sentirnos orgullosos (en esta ocasión según la primera acepción de la que hablábamos al comenzar el post) de nuestra intervención en la resolución de un problema, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestra familia por haber superado esa situación difícil y seguir unida, de ese amigo que te ha expuesto su problema y ha sido capaz de solucionarlo…

¡Os aseguro que la vida vivida desde la humildad vale la pena! Porque es lo que nos hace verdaderamente grandes y fuertes frente a la debilidad que mostramos cuando actuamos con soberbia. ¿No os parece?

Me gustaría terminar el artículo de esta semana con unas pautas para olvidar el orgullo y dar mayor presencia a la humildad en nuestro día a día:

  • Sigue aprendiendo. Tener ansia de aprender cosas nuevas nos hace reconocer que no lo sabemos todo, admitir que hay personas a nuestro alrededor que nos pueden enseñar muchísimas cosas. Y, a la vez, aprender nos hace sentirnos vivos.
  • Escucha a los que te rodean. Obsérvalos. Te darás cuenta de lo grandes que son. Al lado de esa vecina que está luchando contra una grave enfermedad, pero que no ha dejado de lado su sonrisa. Al lado de ese anciano que sigue cuidando de sus nietos para ayudar a sus hijos. Al lado de ese compañero que le echa horas al trabajo para obtener un resultado excelente. Te aseguro que si te detienes y observas encontrarás a muchas personas grandes a tu alrededor.
  • Admite tus errores. Solo así serás capaz de solucionarlos. El orgullo cuando nos hemos equivocado no nos vale de nada. Lo importante es admitir que las cosas no han salido como debían, buscar el porqué y ponernos en marcha para encontrar soluciones, nuevos caminos que nos lleven a alcanzar nuestro objetivo final.

¿Os atrevéis a que la humildad pese más que el orgullo en vuestra vida?

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